Málaga, agosto 2013
"Entre el aquí y el allá"
una instalación de ERNST KRAFT
Nada hay más misterioso.
El
mundo llama del otro lado, despertando nuestra imaginación que empieza a
construir muros con sombras, cielos inalcanzables, ilusiones de protección,
temores y dudas acerca de nuestras más sólidas atalayas. Así todo un pasado viene a nosotros, abriendo
nuestra memoria.
¿dónde queremos
estar? ¿dentro o fuera? ¿arriba o abajo?. Parece que estar dentro es recogerse
uno mismo, condensarse, estar en la intimidad. Parece que estar fuera es exponerse, desparramarse.
El ser o el no ser. El consejo filosófico de entrar en uno mismo para situarse
en la existencia nos lleva a preguntarnos: ¿a qué “fuera” podríamos huir? ¿en
qué “dentro” podríamos refugiarnos? La puerta, como la escalera, es todo un mundo de la vacilación: salir o entrar, subir o bajar. El umbral
donde se acumulan las dudas, los deseos y las tentaciones.
Una puerta abierta
nos invita a traspasar el umbral, pero una puerta cerrada… ¿la abrimos?. Nuestro ser quiere manifestarse
y quiere ocultarse a la vez. Somos ambiguos como la puerta entreabierta. Somos
seres entreabiertos, dicen los filósofos. Encerrados en nuestro ser,
necesitamos salir de él. Y apenas fuera, ya queremos volver.
En
paralelo con la idea de la puerta, y sin olvidarla, Ernst Kraft nos invita a un
viaje por la escalera de Jacob. Nos muestra una escalera soñada y silenciosa,
como soñados y silenciosos son los seres que las suben y las bajan.
Dante
nos habló de las escaleras que conducen
a los diferentes círculos del infierno, como símbolos del cambio, de
transformación de los que allí habitan. Pero las escaleras de bajada al inframundo… no
se suben.
Kraft
nos muestra una escalera de subida,
recta. No es la escalera de caracol
serpenteante y siniestra que pintó
Rembrandt en su cuadro “el filósofo en meditación”. Es una escalera transparente y ligera, como
la ascensión al cielo, donde podemos volar y llegar hasta las nubes, en marcha
leve, como leves son los peldaños de su escalera. Unos peldaños cambiantes, portadores de
todos los reflejos, con sus luces y sus sombras, como nuestros sueños. La vida
espiritual desea crecer, elevarse.
Durante
el sueño subimos o bajamos sin cesar. Soñar cayendo y soñar subiendo. Y
conectamos con el mundo mágico, donde aparece siempre un dintel por donde
pasar, una puerta que ha de abrirse, unas aguas que hay que sobrevolar, unas
escaleras entre la luz y la oscuridad. La vida y la muerte. Momentos de
trascendencia.
La
escalera del desván… se sube. Tiene el
signo de la ascensión hacia la claridad, la soledad más tranquila.
La
escalera del sótano… se baja. Hacia la
oscuridad y lo oculto.
Un
piso más, un segundo piso, un tercero… y los sueños se confunden, evocando
recuerdos y recorriendo laberintos, espacios de
soledades. No se tiene memoria de los sueños, aunque algunos se
recuerden. Son rescate y aparición de lo oculto, de lo perdido. El fenómeno del
sueño lo es de una ocultación. De estar presente o de estar ausente. El hombre
cuando sueña no está en la realidad. El cuerpo cede a la gravedad, pero no está
presente. Está lejos, en otra parte. En
un mundo inmenso. No está “aquí”, sino en un “ahí”, en un “ahí” que es también
un “allá”. Ahí como cuerpo; allá como
persona. Ausente de sí mismo y en ninguna parte presente.
Y
al caer bajo la oscuridad del sueño, se produce un corte en el tiempo, un
tiempo que ha transcurrido y que no cuenta. Y cuando despiertas es ya ahora y lo que acabas de vivir es ya pasado. Y al
final el despertar es cosa de un instante. Nos sentimos despertados, “sacados
de”, y volvemos a entrar en escena. Si la vida es sueño, es sueño que
acaba en un despertar.
En
los sueños se nos revela algo de nosotros mismos. El extrañamiento que sentimos
puede ser la imagen de la muerte, y sin embargo, el soñar es la esencia misma de la vida,
porque el hombre la está viviendo. No es sólo rememorar, sino explorar, otear,
retroceder, hundirse. Vamos a una situación reveladora, nos despojamos de
nuestra personalidad, de nuestra máscara. Abandonamos nuestras circunstancias y
a la vez nos sentimos abandonados.
Cerrar los ojos es un acto de total confianza, de entrega, de fe. De ahí
el insomnio engendrado por la inquietud, por la desconfianza.
El
sueño nos deja como solemos estar, solos, como lo estamos en el pensamiento. Es
un viaje mágico en el que el viajero anda a la vez preso y errante, en un lugar
desconocido al que ha llegado por error. Y fluye, y sube y baja en silencio, en
ese silencio en el que se oyen los pasos ahogados y deja el espacio detrás de o ¿es el espacio el que retrocede? Un enigma a descifrar.
Así que necesitamos un camino, una escalera
para no sentirnos errantes. Unos escalones que separan lo alto y lo bajo, el
bien y el mal, la claridad y la sombra. Y allá arriba, cuando la mirada se
precipita hacia el vacío y tendemos la mano
hacia arriba, fundiendo virtualmente la cima y el abismo, mientras
tierra y cielo se separan.
Así
el artista nos ofrece la visión de un fragmento de la escala cósmica. Una
escalera de subida, hacia un lugar que permite ser abierto, para encontrar
otros caminos ocultos, quizás en la oscuridad.
Escalón tras escalón.
La
escalera hacia nuestro personal desván imaginario…. ¿la subimos?
Charo Carrera, Málaga
1 agosto 2013